“La tristeza que
viene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación… mientras que
la tristeza del mundo produce muerte” 2ª Cor. 7:10
“TRISTEZA CON UN PROPÓSITO”
¿Cuántas
veces no le hemos cuestionado a Dios nuestros sufrimientos o los sufrimientos
del mundo? Muchas veces esto llega a ser la razón por la que nos alejamos de
Dios o ni si quiera nos damos la oportunidad de conocerlo.
Leyendo
la segunda carta de Pablo a los Corintios, pude ver reflejada en sus palabras
la reflexión de las tristezas o momentos difíciles que le acontecía. Siendo
abierto en cuanto a sus preocupaciones,
siempre recordando y fortaleciéndose en que todo lo que vivían valía la
pena. Ya que sabían que esos sufrimientos eran momentáneos, y que ese
sufrimiento les permitiría ser consolados por Dios, y que con esa misma
consolación recibida podrían consolar a otros.
Pero
como dice la segunda parte, la tristeza del mundo trae muerte. Y es esa tristeza
que al no estar puesta en Dios, se convierte en una muerte de tu paz, muerte de
tu esperanza, te vuelves duro y con incapacidad de amar o disfrutar la vida. Quizá
te pueda llevar a una depresión tan extrema que no encuentres razón alguna de
continuar.
Esa
no es la tristeza que Dios quiere para ti, quiere mostrarte que tu vida no
carece de sentido, y que esa tristeza es momentánea y puede llegar a tener un
propósito en él si te atreves a dejar que tome total control de la situación.
No es lo mismo tomar decisiones cuando has perdido toda esperanza o decidir
después de haber sido consolada en lo más profundo de tu corazón por alguien
que estuvo dispuesto a dar su vida por el mundo.
O
sea, que la tristeza que tiene un propósito es aquella que nos lleva a
reconciliarnos con Dios, aquella que nos recuerda que no es en nuestras
fuerzas, sino que dependemos totalmente de aquel que nos amó primero. Tristeza
que nos lleva a arrepentirnos de no considerarle en nuestros caminos, tristeza
que nos lleva a conocer aún más su gracia, misericordia y gran amor.
De
esta misma tristeza podemos estar seguros que recibiremos consuelo de Dios a
través de algún amigo, nuestra familia, de su palabra, de sus promesas, del
mismo Espíritu.
Esto
nos recuerda que nuestra vida no termina aquí en la tierra, sino que va mucho
más allá, a veces nos afanamos por las cosas de aquí, de ahora, las cosas que
prácticamente son pasajeras, pero debemos fijarnos en lo que no se ve, porque
eso que no se ve es eterno. (2ª Cor. 4:18)